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Roberto Zapperi

Adiós, Mona Lisa

La verdadera historia del retrato más famoso del mundo


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Conclusión

Este libro lo llevo dentro de mí desde hace muchos años, desde el momento en que leí, en 1994, el Kunststück que Frank Zöllner dedicó al célebre cuadro de Leonardo. Sus conclusiones, que son las generalmente aceptadas, aunque con alguna excepción muy rara, no me convencieron en absoluto, y por varias razones. La primera y más evidente era que un personaje tan insignificante como Lisa Gherardini, esposa del mercader florentino Francesco del Giocondo, difícilmente podía inspirar un retrato de tan profunda riqueza emotiva. La segunda razón residía en la escasa confianza inspirada por el testimonio de Vasari, quien ni siquiera había visto el cuadro y se había basado, en cuanto a la identificación del personaje, en rumores vagos e imprecisos recogidos en el ambiente florentino a una distancia de muchos años como para merecer el más mínimo crédito. La tercera razón era que como en casi todos los estudios se subvaluaba gravemente el testimonio de Antonio de Beatis, quien había recogido las propias declaraciones de Leonardo. De limitarse a lo que Leonardo dijo, la pista a seguir era otra, la que llevaba al comitente que él mismo había indicado, es decir, a Giuliano de Medici. Por más fuerte que fuera mi insatisfacción, el peso exorbitante de una inabarcable bibliografía, toda o casi toda oprimida por la tesis de Vasari, me contuvieron e impidieron por muchos años volcarme a esta empresa. Un primer estímulo para acometerla me llegó hace algunos años de dos estudios publicados por mi mujer, Ingeborg Walter, en nuestro libro Il ritratto dell’amata. Storie d’amore da Petrarca a Tiziano, sobre los retratos leonardescos de Ginevra Benci y Cecilia Gallerani, dos damas de un vuelo muy diferente que ofrecieron a Leonardo otros incentivos y establecieron con él una relación bastante fecunda de fuerte interacción. Tales consideraciones me convencieron de embarcarme en la empresa para intentar resolver, de una buena vez, el enigma de la identificación de la dama retratada por Leonardo. Una confirmación de la dirección de mis búsquedas me llegó, por fin, del ensayo de Lothar Sickel sobre la madre y el nacimiento misterioso de Ippolito de Medici, hijo ilegítimo de Giuliano de Medici. Pacifica Brandani era la única mujer amada por Giuliano cuyo retrato él pudo haber encargado. Los resultados de la investigación me sorprendieron antes que a nadie, pues no esperaba seguramente descubrir la ausencia de una mujer real, de carne y hueso, esto es una dama con una fisonomía histórica bien precisa como Ginevra Benci y Cecilia Gallerani. Nada de eso, ninguna mujer había posado como modelo para Leonardo, quien pintó en cambio el retrato más famoso del mundo confiado tan sólo en los dictados de su fantasía.
He conducido la búsqueda sobre la base del buen método histórico, el mismo que practiqué en los libros que escribí hasta ahora, sin ninguna concesión a las modas hoy imperantes en estos estudios. Ningún golpe de escena, por lo tanto, ningún paradigma indiciario, ningún mensaje cifrado a descifrar, sólo la máxima atención a la documentación disponible, indagada y controlada en sus mínimos detalles, adelantando hipótesis sólo en los casos extremos para suplir las lagunas de la documentación y apoyándome siempre en los puntos firmes fijados por los documentos. En una palabra, no hice sino mi oficio acostumbrado, el oficio de historiador.

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