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Michael Oakeshott

La voz del aprendizaje liberal


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Introducción

Una comprensión filosófica de la educación
por Timothy Fuller

Aquellos que conocen a Michael Oakeshott insistirán en que él es, ante todo, un gran maestro. Por otro lado, él siempre creyó ser, en primera instancia, un sujeto de aprendizaje. Dirá que sus días de escuela fueron los momentos más felices de su vida. Y fue aquella inolvidable experiencia como alumno lo que lo llevó a ser maestro y la clase de maestro que fue: no pudo evitar ser un disertante y un crítico del trabajo de sus alumnos, pero se sentía más a gusto en los intercambios que surgen de las conversaciones durante una clase o un seminario; un guía más que un instructor, un compañero de viaje más que un líder.
Filosóficamente predispuesto a considerar lo que estaba haciendo al tiempo que lo hacía, no resulta sorprendente que con frecuencia reflexionara acerca de los compromisos de la enseñanza y el aprendizaje y que, de vez en cuando, publicara estas reflexiones. En su mayor parte, lo que escribió sobre estos temas fue redactado para ocasiones puntuales, se publicó a nivel local y hoy en día está agotado. Nuestro propósito es volver a publicar sus trabajos más importantes, convencidos de que lo que fue inducido por ocasiones puntuales tiene algo más que valor local para quienes están comprometidos con el aprendizaje liberal.
La forma en que la enseñanza y el aprendizaje se caracterizan en estos ensayos surge de la comprensión filosófica de la experiencia humana que Oakeshott exploró en su primer trabajo importante, Experience and its modes (1933), y que fue ampliada en la primera parte de On human conduct (1975), y, a la vez, la presupone.
El intento de identificar las características distintivas de las actividades humanas importantes siempre ha sido central en las investigaciones filosóficas del autor. Se lo reconoce principalmente por exponer las características principales de la vida política, por elaborar su ideal de asociación civil, por su trabajo sobre la naturaleza de la actividad del historiador y sobre la idea del Estado de derecho. Los ensayos recopilados en esta ocasión revelan que la búsqueda de las características distintivas de la enseñanza y del aprendizaje no puede separarse de su trabajo como un todo.
Los ensayos de Oakeshott evocan las esquivas características inherentes a la buena enseñanza y al buen aprendizaje sin oscurecer la amplia diversidad de maneras de enseñar que desafían la generalización. Los esfuerzos contemporáneos por reducir la enseñanza a un conjunto de funciones técnicas, por lo que podría volverse "a prueba de fallas", constituyen una interpretación errónea desastrosa, aunque bienintencionada, que amenaza con destruir la posibilidad de un aprendizaje genuino.
Tanto en Gran Bretaña como en los Estados Unidos, tienen lugar grandes debates sobre el futuro de la educación en todos los niveles. Está ampliamente aceptado que existen problemas significativos de organización en los establecimientos educativos, y abundan las propuestas para realizar reformas o una revolución. Las opiniones van desde la negación de que hay algo particular que debe aprenderse hasta la aseveración de que existe una lista canónica de grandes obras que los maestros y los alumnos deben estudiar con exclusividad. Algunos expertos en educación intentaron confeccionar listas de información general que describieran "lo que todo estudiante debe saber". Existen muchos programas para hacer que la educación sea socialmente relevante. Hay discusiones sobre el lugar de la civilización occidental en el plan de estudios, como si una civilización fuera una ofrenda y nosotros pudiéramos simplemente elegir si aceptarla o rechazarla, como si fuera objeto de una investigación particular.
Según la interpretación de Oakeshott, muchas personas han confundido el aprendizaje liberal con la "modificación del comportamiento", o lo han reemplazado por ella: la educación sexual, la educación sobre las drogas, la clarificación de los valores, los estudios sobre la paz, la prevención del suicidio (la "educación sobre la muerte"), la formación de conciencia y muchas otras cosas que actualmente gozan de fama.
En el marco de semejante popurrí, no hay una opinión clara acerca de cuáles son las características distintivas de la enseñanza y el aprendizaje, ni del carácter de los espacios en los que tradicionalmente se han emprendido esas actividades. Las propuestas para reformar los planes de estudios no suelen tener en cuenta las prácticas existentes a las que deben adaptarse. Corremos el riesgo de olvidar que la percepción de sus cualidades especiales fue lo que inspiró, en Europa y en América del Norte durante los últimos ocho siglos, la creación de espacios de aprendizaje y justificó sus privilegios de ocio y discusión libre.
Con frecuencia, se alega que ya no hay ningún punto de acuerdo, posiblemente aparte de las características de la técnica, para incentivar la reflexión sobre lo que implican la enseñanza y el aprendizaje. Los académicos a veces se sienten liberados y, a veces, obligados a escoger una de las alternativas entre la amplia variedad que se les presenta. Surgen cada vez más opciones, no de la mutua exploración de sí mismos de aquellos que están comprometidos de manera íntima y continua con la empresa académica -maestros y académicos-, sino de aquellos que desean explotar los "recursos mentales" de la academia, ya sea para perfeccionar o para socavar las políticas sociales actuales, y que brindan o reciben el apoyo de la academia por estos motivos. En tales condiciones, nadie debería sorprenderse de que, tanto en Gran Bretaña como en los Estados Unidos, se haya vuelto más difícil diferenciar las instituciones educativas de los grupos de presión que buscan proteger sus intereses.
Hoy en día, las instituciones académicas suelen ser poco más que alianzas débiles entre empresarios intelectuales que reciben con gratitud la intervención de objetivos y "valores" extrínsecos, el dinero que los financia desde su fundación y los subsidios del gobierno. Esto debe tener algún tipo de efecto en la conversación entre los académicos. Con frecuencia, mediante una indiferencia deliberada, ellos cooperan de lleno con una visión de mutua protección de sus intereses intelectuales individuales. No se trata de aceptar los desacuerdos, lo cual siempre ha sido esencial para la vida académica; se trata de un acuerdo de ignorarse mutuamente y evitar las reflexiones que podrían llevarlos más allá del ejercicio de los respectivos oficios de su disciplina.
Al parecer, las instituciones académicas son en mayor o menor grado comunidades de académicos desintegradas. Siguen siendo espacios físicamente separados para la enseñanza y el aprendizaje, pero entrar en sus establecimientos ya no garantiza el encuentro con la autocomprensión, por misteriosa y compleja que pueda parecer al principio, que revela de manera gradual una forma distintiva de actividad que en realidad los mantiene separados. Lo que ha sido minimizado, si no perdido, es la idea de una escuela, una facultad, una universidad.
Es importante hacer hincapié en el riesgo que conlleva esta pérdida. Por error, muchos asumen que lo que falta es un propósito o un objetivo que organice y active la educación. Es típico de nuestros tiempos buscar propósitos posteriores y diseñar programas para lograrlos, en lugar de recordar lo que ya aprendimos a hacer y tomarlo como nuestra guía. Dado que el mundo está plagado de propósitos y programas, para las instituciones académicas someterse a las opiniones del mundo, inevitablemente contradictorias, es una tentación cada vez más difícil de resistir.
De cualquier manera, para Michael Oakeshott, la idea de una actividad está necesaria e inevitablemente entrelazada con la práctica continua de la actividad, y surge de ella. Si hoy no nos resulta sencillo reconocer las características principales de la enseñanza y del aprendizaje, se debe en parte a que ahora no tenemos la suerte de contar con una experiencia que nos las aclare. Estamos profundamente tentados de centrar nuestra atención en las técnicas más que en las cualidades inherentes a aquellos cuyo dominio de un tema es tal que, sin adorar técnicas abstractas, tal vez sin siquiera haber tratado alguna vez de conceptualizar las técnicas aisladas de la práctica de una actividad, se presentan ante nosotros como maestros cuya conducta podemos imitar como aprendices, absorbiendo la idea y la práctica en un todo armonioso.
Las reflexiones de Oakeshott acerca de la enseñanza y la educación se ocupan de manera exclusiva de estas características dejadas de lado. Oakeshott no ofrece ninguna lista de cosas que toda persona instruida deba saber. El enfoque de la lista limitaría el sentido de aventurarse en aguas intelectuales inexploradas y oscurecería la idea de que somos instruidos no sólo por lo que sabemos, sino en la misma o en mayor medida por la manera en que aprendemos.

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