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Michael Ruse

Charles Darwin


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¿Por qué incluir a Charles Darwin, padre de la teoría de la evolución, en una colección de libros dedicada al pensamiento de grandes filósofos? Hay varias razones, pero la primera es que el propio Darwin siempre tuvo interés en la filosofía. De joven, tuvo trato con personas que trabajaban en esa disciplina, en particular con el historiador y filósofo de la ciencia William Whewell; leyó obras de varios maestros clásicos, entre ellos Platón, Aristóteles, Hume y Kant, además de otros pensadores menores, y reflexionó sobre ellas. También escribió sobre temas de filosofía cuando tenían relación con el ámbito científico. Por esta sola razón, no debe sorprender que buena parte de lo que dijo Darwin tenga una importancia no desechable para quienes se interesan en la filosofía.
No obstante, hay razones más sólidas para incluirlo en una colección dedicada a filósofos. Su obra en sí misma reclama un análisis filosófico y tiene que ver con temas filosóficos. Gracias a Darwin, sabemos ahora que los organismos no fueron creados en seis días por un milagro sino que son el producto de un larguísimo y lento proceso de cambios naturales que ningún piloto guiaba: la evolución. Es necesario analizar esta teoría conceptualmente para ver cómo está estructurada y qué reivindica. Además, puesto que esa teoría abarca a la humanidad -no somos hijos de una ráfaga creadora que se produjo al final de una semana de actividad divina-, también debe indagarse el pensamiento de Darwin por sus implicaciones para algunas cuestiones filosóficas importantes, como la teoría del conocimiento (epistemología) y la teoría de la moral (ética).
Tales son las razones que motivaron este libro, y también sus temas. Se trata de una obra sobre Charles Darwin escrita para quienes desean conocer al personaje y su obra, así como su relación con la filosofía y las consecuencias que tiene para ella. Estos objetivos determinaron muchas decisiones mías, como autor, sobre los temas que debía encarar y en qué orden hacerlo. Aunque Darwin escribió mucho, no tuve reparo en dedicarme casi exclusivamente al Origen de las especies (salvo algunos comentarios sobre El origen del hombre) porque allí se plantean las cuestiones filosóficas. De todos modos, puesto que Darwin fue ante todo y sobre todo un gran hombre de ciencia, entiendo que mi primera tarea consiste en exponer lo que dijo como científico, y que la segunda consiste en mostrar cómo se ha desarrollado la ciencia desde sus días hasta la actualidad. Si se comprobara que la teoría de Darwin es errónea o inadecuada según los criterios científicos actuales, ese hecho no implicaría necesariamente que no hay nada importante desde el punto de vista filosófico en su pensamiento -no desechamos a Kant porque se equivocó al decir que la mecánica newtoniana era necesariamente verdadera- pero alteraría nuestro juicio sobre su importancia filosófica. Demostrando que, comoquiera que juzguemos los aspectos científicos, no hay nada allí necesariamente desechable, mostraré en el curso de la exposición que las cuestiones científicas mismas plantean problemas de considerable interés filosófico.
Luego continuaré analizando qué consecuencias tiene el pensamiento de Darwin para interrogantes clásicos de la filosofía acerca del conocimiento, la moral y, según corresponda (es decir, en la medida en que incumba a la filosofía), la religión. Así como es legítimo que un libro sobre Aristóteles no se circunscriba exclusivamente a su obra y tenga en cuenta su influencia sobre pensadores posteriores, como Tomás de Aquino, creo que es legítimo (y, de hecho, sumamente conveniente) analizar la influencia de Darwin sobre filósofos posteriores a él, hasta nuestros días (particularmente porque el eje de la actividad de Darwin, a diferencia de la de Aristóteles, no fue la filosofía). Aunque me he esforzado por presentar distintas opiniones de manera cabal y fiel, no vacilé en exponer las mías propias sobre lo que, a mi juicio, son las posiciones correctas.
Debería decir que este libro es producto del amor. Hace más de cuarenta años que la obra de Darwin me subyuga. La posibilidad de reunir mis ideas y sacar conclusiones propias fue emocionante y es un privilegio. Por otra parte, el libro mismo entraña una misión. Cuando inicié mi carrera profesional como filósofo, más o menos en la misma época en que me interesé en Darwin, había que buscar con lupa a los filósofos que pensaban que Darwin y su obra tenían alguna importancia en nuestra disciplina. La mayoría suscribía un comentario de Ludwig Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas: "La teoría de Darwin no tiene que ver con la filosofía más que cualquier otra hipótesis de la ciencia natural". Ya entonces, pensaba yo que eso era un error y lo sigo pensando ahora. Con todo, desde la década de 1960, las cosas han cambiado mucho. Muchos filósofos de la ciencia han puesto sus ojos en las ideas de Darwin para analizarlas y muchos otros lo han incluido en los debates filosóficos. Pero queda aún mucho por hacer a fin de vencer la hostilidad que otros grupos todavía sienten hacia el proyecto darwinista en conjunto. Se dice que la esposa del obispo de Worcester comentó: "¿Dice que descendemos de los monos? ¡Vaya! Esperemos que no sea cierto. Y si lo es, esperemos que no se divulgue". Pues bien, debería divulgarse y debería ser el punto de partida de muchas cuestiones filosóficas.
Quiero expresar mi agradecimiento a Joe Cain, Peter Loptson y Richard Richards, que leyeron un borrador de esta obra y me hicieron comentarios sumamente útiles. Con una perspectiva más amplia, debo decir que en la vida académica fui afortunado: tuve amigos excelentes y enemigos feroces. De algún modo, les dedico a todos el presente libro. Pero hay una persona, un amigo excelente, que se destaca entre todos por enriquecer mi pensamiento sobre la evolución de modo tal que, según sospecho, ni siquiera tengo plena conciencia de cuánto le debo. Muy magro reconocimiento es poner el nombre de Edward O. Wilson en la dedicatoria de este libro.

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