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Carlos Altamirano

Historia de los intelectuales en América Latina I

La ciudad letrada, de la conquista al modernismo

editado por: Jorge Myers


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Párrafos de: Introducción general e Introducción al volumen 1

Introducción general
Carlos Altamirano

Las élites culturales han sido actores importantes de la historia de América Latina. Procediendo como bisagras entre los centros que obraban como metrópolis culturales y las condiciones y tradiciones locales, ellas desempeñaron un papel decisivo no sólo en el dominio de las ideas, del arte o de la literatura del subcontinente, es decir, en las actividades y las producciones reconocidas como culturales, sino también en el dominio de la historia política. Si se piensa en el siglo XIX, no podrían describirse adecuadamente ni el proceso de la independencia, ni el drama de nuestras guerras civiles, ni la construcción de los estados nacionales, sin referencia al punto de vista de los hombres de saber, a los letrados, idóneos en la cultura escrita y en el arte de discutir y argumentar. Según las circunstancias, juristas y escritores pusieron sus conocimientos y sus competencias literarias al servicio de los combates políticos, tanto en las polémicas como en el curso de las guerras, a la hora de redactar proclamas o de concebir constituciones, actuar de consejeros de quienes ejercían el poder político o ejercerlo en persona. La poesía, con pocas excepciones, fue poesía cívica.
El vasto cambio social y económico que posteriormente, en el último tercio del siglo XIX, incorporó a los países latinoamericanos a la órbita de la modernización capitalista, existió antes, como aspiración e imagen idealizada del porvenir, en los escritos de las élites modernizadoras. La marcha hacia el progreso tomó diferentes vías políticas, desde la fórmula del gobierno fuerte a la república oligárquica más o menos liberal, pero todas contaron con su gente de saber y sus publicistas. Había que unificar el Estado y consolidar su dominio sobre el territorio que cada nación hispanoamericana reclamaba como propio, redactar códigos e impulsar la educación pública. Esas tareas no pudieron llevarse adelante sin la cooperación de "competentes", nativos o extranjeros, que pudieran producir y ofrecer conocimientos, sean legales, geográficos, técnicos o estadísticos. Tampoco sin quienes pudieran suministrar discursos de legitimación destinados a engendrar la alianza incondicional de los ciudadanos con "su" Estado -narrativas de la patria, de la identidad nacional, del pueblo en lucha por la nación en los campos de batalla-. Brasil, cuya independencia no había conocido las rupturas ni las vicisitudes de sus vecinos, se puso institucionalmente a la par del resto de los países latinoamericanos en 1891, al adoptar el modelo de la república y dejar atrás el orden monárquico.
En el siglo XX la situación y el papel de las élites culturales varió de un país al otro, según las vicisitudes de la vida política nacional, la complejización creciente de la estructura social y la ampliación de la gama de los productores y los productos culturales. Pero, hablando en términos generales, digamos que desde fines del siglo anterior los indicios de diferenciación entre esfera política y esfera cultural se harían cada vez más evidentes y que la división del trabajo comenzó a desgastar los lazos tradicionales entre los hombres de pluma y la vida política. El desarrollo de la instrucción pública amplió el mercado de lectores y poco a poco comenzó a germinar aquí y allá una industria editorial. Pero la literatura, al menos la literatura de y para el público cultivado, no se transformó por ello en una profesión -seguiría siendo una ocupación que no daba dinero- y los empleos más frecuentes para quienes quisieran vivir de la escritura o del conocimiento disciplinado en estudios formales fueron el periodismo, la diplomacia y la enseñanza.
Nuestros países ingresaron con retraso en el mundo moderno y culturalmente continuaron desempeñando el papel de provincias de las grandes metrópolis, sobre todo de las europeas, que funcionaban como focos de creación y prestigio de donde provenían las ideas y los estilos inspiradores. América había llegado tarde al banquete de la civilización europea, según afirmó en 1936 Alfonso Reyes, en una fórmula que se haría célebre porque resumía un sentimiento generalizado en las élites culturales de América Latina. No obstante, aunque lejos de los centros en que se inventaban las doctrinas y se experimentaban las nuevas formas, hemos tenido, como en otras partes, hombres de letras aplicados a la legitimación del orden e intelectuales críticos del poder, vanguardias artísticas y vanguardias políticas surgidas de las aulas universitarias. El APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), fundada en México en 1924 por un líder del movimiento estudiantil peruano, Haya de la Torre, es sólo el ejemplo más logrado, pero no el único, de esas vanguardias políticas que estimuló a lo largo de América Latina el movimiento de la Reforma Universitaria. Las revoluciones del siglo XX en América Latina -la de México en 1910 y la de Cuba en 1959- interpelaron a los intelectuales y conmovieron sus modos de pensar y de actuar, pero no sólo en esos países sino a lo largo de todo el subcontinente.
No resulta difícil, en suma, identificar la labor de estas figuras. Sin embargo, aunque sabemos bastante de sus ideas, no contamos con una historia de la posición de los hombres de ideas en el espacio social, de sus asociaciones y sus formas de actividad, de las instituciones y los campos de la vida intelectual, de sus debates y de las relaciones entre "poder secular" y "poder espiritual", para hablar como Auguste Comte. Hay excelentes estudios sobre casos nacionales, por cierto, y Brasil y México son los países que llevan la delantera en este terreno, pero carecemos de una historia general.


Introducción al volumen 1. Los intelectuales latinoamericanos desde la colonia hasta el inicio del siglo XX: problemáticas y argumentos
Jorge Myers

Una pregunta central preside este primer volumen de la Historia de los intelectuales en América Latina: ¿en qué consistió ser un "intelectual" en América Latina antes de comienzos del siglo XIX? Ella no sólo recorre todos los trabajos aquí reunidos, sino que organiza la propia estructura de este tomo. Sólo un análisis que privilegie la relación entre el contexto sociocultural de una época dada y los significados posibles que podían emerger de ese contexto podrá dar nacimiento a una historia coherente, persuasiva, del particular desarrollo de la actividad de los expertos en el manejo de la palabra escrita (o de las técnicas retóricas para el dominio del discurso oral docto) en esta región del planeta. Ese contexto estuvo marcado en su origen por un hecho decisivo: la profunda ruptura cultural efectuada por el sometimiento -mediante una guerra de conquista- a sus invasores europeos de los habitantes autóctonos del continente americano. La historia americana posee raíces profundas que en el caso de las sociedades mesoamericanas y peruanas se remontan a muchos siglos antes del comienzo de la era cristiana: en la medida en que aquellas sociedades cuyos instrumentos de escritura eran relativamente desarrollados -los pueblos maya, los mixtecas, los zapotecas, los nahuas- han sido estudiadas con profundidad cada vez mayor, la antigüedad profunda de la historia americana no ha podido dejar de tornarse más evidente.
El hecho de que la historia de la región que luego de la conquista se convertiría -lenta y contradictoriamente- en "América Latina" no comienza con la llegada de los europeos es hoy un punto de partida ineludible para cualquier historiador. La particular textura que adquirió aquella ruptura entre el universo cultural habitado por los pueblos indígenas -con sus formas políticas, religiosas, "económicas" propias, con sus lenguas, sus hábitos y sus creencias también propios- y el nuevo universo cultural conformado por la imposición de formas políticas, religiosas, económicas o culturales originadas en la región ibérica de Europa ha sido y sigue siendo materia de controversia: ¿cuánto de cambio radical y cuánto de continuidad y permanencia hubo? Por un lado, las culturas nativas no sólo no desaparecieron con la llegada de los europeos, sino que en ciertas regiones -es el caso de la "lingua geral" hablada por los primeros pobladores portugueses del litoral paulista y carioca, es también el caso del bilingüismo paraguayo y de otras zonas del continente- la cultura indígena supo imponerse (al menos durante las primeras épocas de la colonización) a la de los conquistadores. Por otro lado, aun cuando en gran parte de las tierras de conquista la cultura ibérica se convirtió en hegemónica por decisión de sus nuevos señores -militares, civiles y eclesiásticos-, con sus lenguas y sus prácticas sociales y religiosas, las culturas autóctonas ejercieron una sistemática resistencia a aquella tarea de transformación cultural, y a veces demostraron una asombrosa capacidad de supervivencia bajo condiciones de vida por cierto deplorables. La historia de los intelectuales latinoamericanos no puede prescindir, por ende, ni del legado de las civilizaciones precolombinas ni de la continuada presencia indígena en el seno de las nuevas sociedades surgidas del hecho de la conquista -una presencia que en regiones como las de Nueva España/México o el Altiplano peruano ha sido contundente hasta el presente-. Sostener, como algunos historiadores tradicionalistas lo han hecho, que la cultura intelectual latinoamericana existe en una relación de perfecta continuidad con la tradición medieval de los pueblos de la península ibérica resulta hoy una posición, cuando menos, poco convincente.
No es, sin embargo, posible reconstruir la historia sistemática de los "intelectuales" -es decir, de los expertos en el manejo de los recursos simbólicos- de aquellas sociedades precolombinas debido al simple (y lamentable) hecho de la insuficiencia del registro escrito que de ellas ha perdurado. Aun en aquellos casos en los que han llegado hasta nosotros ciertas huellas escritas acerca de su historia -los glifos mayas, cuyo desciframiento ha avanzado velozmente en las últimas décadas, o los códices pictográficos de los pueblos de Oaxaca y del valle central de México-, la evidencia que le ofrecen al historiador es demasiado fragmentaria como para permitir otra cosa que una historia eminentemente "especulativa" de sus pensadores y sus poetas. Es ésta la razón por la cual esta Historia de los intelectuales en América Latina se abre con la conquista y la posterior colonización ibérica de las tierras americanas: sin ninguna intención de negar la importancia del legado precolombino ni la ininterrumpida presencia hasta el presente de las culturas indígenas (y de las africanas, transportadas a esta región por el vehículo de la esclavitud), el análisis de las prácticas culturales asumidas por los expertos de la palabra durante el régimen colonial se ha concentrado casi exclusivamente en aquéllas desarrolladas por españoles y portugueses.

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