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Roger Chartier

Escuchar a los muertos con los ojos

Lección inaugural en el Collège de France


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Escuchar a los muertos con los ojos

Señor Administrador
Estimados colegas
Señoras y señores

"Escuchar a los muertos con los ojos." Este verso de Quevedo me viene a la mente en el momento de inaugurar una enseñanza dedicada a los papeles desempeñados por lo escrito entre el fin de la Edad Media y nuestro presente. Por primera vez en la historia del Collège de France, una cátedra está consagrada al estudio de las prácticas de lo escrito, no en los mundos antiguos o medievales, sino en el tiempo largo de una modernidad que, quizáse desarma ante nuestros ojos. Tal cátedra no habría sido posible sin los trabajos de todos aquellos que transformaron profundamente las disciplinas que conforman su propio zócalo: la historia del libro, la historia de los textos, la historia de la cultura escrita. Me gustaría comenzar esta lección recordando mi deuda hacia dos de ellos, hoy desaparecidos.
Hay pocos historiadores cuyo nombre se vincule con la invención de una disciplina. Henri-Jean Martin, fallecido en enero de este año, es uno de ellos. La obra que redactó por iniciativa de Lucien Febvre y que fue publicada en 1958 bajo el título La aparición del libro es considerada con razón como fundadora de la historia del libro, o al menos de una nueva historia del libro. Como escribió Febvre, Henri-Jean Martin hacía descender los textos "del cielo sobre la tierra" estudiando con rigor las condiciones técnicas y legales de su publicación, las coyunturas de su producción o la geografía de su circulación. En los trabajos que siguieron, Henri-Jean Martin no cesó de ampliar sus temas de investigación y desplazó su atención hacia los oficios y los actores involucrados en la producción del libro, las mutaciones de las formas materiales de los textos y, finalmente, las modalidades sucesivas de la legibilidad. He sido su discípulo sin ser su alumno. Me hubiera gustado decirle esta tarde todo lo que le debo y también el feliz recuerdo de las empresas intelectuales llevadas adelante en su compañía.
Hay otra ausencia, otra voz que debemos "escuchar con los ojos": la de Don McKenzie. Era un sabio que vivía entre dos mundos: Aotearoa, aquella Nueva Zelanda donde había nacido y donde fue un infatigable defensor de los derechos del pueblo maorí, y la Universidad de Oxford, que le confió la cátedra de Textual Criticism. Este practicante experto de las técnicas eruditas de la "nueva bibliografía" nos ha enseñado a superar sus límites al demostrar que el sentido de un texto, ya sea canónico u ordinario, depende de las formas que lo dan a leer, de los dispositivos propios de la materialidad de lo escrito. Así, por ejemplo, para los objetos impresos: el formato del libro, la construcción de la página, las divisiones del texto, la presencia o no de imágenes, las convenciones tipográficas y la puntuación. Al fundar la "sociología de los textos" sobre el estudio de sus formas materiales, Don McKenzie no se alejaba de las significaciones intelectuales o estéticas de las obras. Todo lo contrario. En la perspectiva que él ha abierto, situaré una enseñanza que pretende no separar jamás la comprensión histórica de los escritos de la descripción morfológica de los objetos que los difunden.
A ambas obras, sin las cuales esta cátedra no hubiera podido ser concebida, me resulta necesario agregar una tercera: la de Armando Petrucci, que desgraciadamente no puede estar con nosotros esta tarde. Al prestar atención a las prácticas que producen o movilizan el escrito, al derribar los compartimentos clásicos -entre el manuscrito y el impreso, entre la piedra y la página, entre los escritos ordinarios y las escrituras literarias-, su trabajo ha transformado nuestra comprensión de las culturas escritas que se han sucedido en la muy larga duración de la historia occidental. El trabajo de Armando Petrucci está organizado a partir del desigual dominio de lo escrito y las posibilidades múltiples ofrecidas por la "cultura gráfica" de un tiempo. Constituye un ejemplo magnífico del lazo necesario entre una erudición escrupulosa y la más inventiva de las historias sociales. Me gustaría retener aquí la lección fundamental, que es la de asociar en un mismo análisis los papeles atribuidos a lo escrito, las formas y los soportes de la escritura, y las maneras de leer.

 

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