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Saskia Sassen

Expulsiones

Brutalidad y complejidad en la economía global


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Introducción. La selección salvaje

En nuestra economía global enfrentamos un problema formidable: el surgimiento de nuevas lógicas de expulsión. Las últimas dos décadas han presenciado un fuerte crecimiento del número de personas, empresas y lugares expulsados de los órdenes sociales y económicos centrales de nuestro tiempo. Ese vuelco hacia la expulsión radical fue posibilitado en algunos casos por decisiones elementales, pero en otros por algunos de nuestros más avanzados logros económicos y técnicos. El concepto de expulsiones nos lleva más allá de la idea más familiar de desigualdad creciente como forma de aludir a las patologías del capitalismo global de hoy. Y además, trae al primer plano el hecho de que largas cadenas de transacciones que pueden terminar en simples expulsiones con frecuencia se originan en formas de conocimiento y de inteligencia que respetamos y admiramos.
Me concentro en modos de expulsión complejos porque pueden funcionar como ventanas hacia las principales dinámicas de nuestra época. Además selecciono casos extremos porque hacen agudamente visible lo que de otro modo podría quedar vago y confuso. Un ejemplo familiar en Occidente que es a la vez complejo y extremo es la expulsión de los trabajadores de bajos salarios y los desempleados de los programas gubernamentales de salud y bienestar social, así como de los seguros corporativos y la ayuda por desempleo. Más allá de las negociaciones y la creación de nuevas leyes necesarias para ejecutar esa expulsión, está el hecho extremo de que la línea divisoria entre los que tienen acceso a esos beneficios y los que no lo tienen se ha agudizado y es muy posible que en las condiciones actuales sea irreversible. Otro ejemplo es el avance de las técnicas mineras avanzadas, en particular la fracturación hidráulica, que son capaces de transformar ambientes naturales en tierras muertas y aguas muertas, expulsando de la biósfera partículas de la vida misma. En conjunto, es posible que el impacto de las diversas formas de expulsión que examino en este libro afecte a la conformación de nuestro mundo más que el rápido crecimiento económico de la India, China y otros varios países. De hecho, y esto es clave para mi argumentación, esas expulsiones pueden coexistir con el crecimiento económico, medido en las formas habituales.
Esas expulsiones no son espontáneas, sino hechas. Los instrumentos para hacerlas van desde políticas elementales hasta instituciones, técnicas y sistemas complejos que requieren conocimiento especializado y formatos institucionales intrincados. Un ejemplo es el fuerte crecimiento de la complejidad de los instrumentos financieros, producto de clases creativas brillantes y matemáticas avanzadas. Y sin embargo, al ser utilizada para desarrollar un tipo particular de hipotecas subprime (o "hipotecas basura"), esa complejidad condujo pocos años después a la expulsión de millones de personas de sus hogares en Estados Unidos, Hungría, Letonia, etcétera. Otro ejemplo es la complejidad de las características legales y contables de los contratos que permiten a un gobierno soberano adquirir vastas extensiones de tierra en otro Estado nacional soberano como una especie de extensión de su propio territorio -por ejemplo, para producir alimentos para sus clases medias- expulsando a la vez de esas tierras a pueblos y economías rurales locales. Otro es la brillante ingeniería que nos permite extraer en forma segura lo que queremos de las profundidades de nuestro planeta, desfigurando de paso la superficie. Nuestras avanzadas políticas económicas han creado un mundo en el que con demasiada frecuencia la complejidad tiende a producir brutalidades elementales.
Los canales para la expulsión varían mucho. Incluyen políticas de austeridad que han contribuido a contraer las economías de Grecia y España, políticas ambientales que pasan por alto las emisiones tóxicas de operaciones mineras enormes en Norilsk, Rusia, en el estado de Montana en Estados Unidos, y otras, en una variedad interminable de casos. En este libro las características específicas de cada caso tienen importancia: por ejemplo, si la destrucción ambiental nos preocupa más que la política interestatal, el hecho de que las operaciones mineras mencionadas sean contaminadores graves es más importante que el hecho de que una está en Rusia y la otra en Estados Unidos.
Los diversos procesos y condiciones que agrupo bajo el concepto de expulsión tienen un aspecto en común: todos son agudos. Si bien el caso más extremo es el de los que viven en abyecta miseria en todo el mundo, también incluyo condiciones tan distintas como el empobrecimiento de las clases medias en países ricos, la expulsión de millones de pequeños agricultores en países pobres debido a los 220 millones de hectáreas de tierra adquiridas por inversores y gobiernos extranjeros desde 2006, y las prácticas mineras destructivas en países tan diferentes como Estados Unidos y Rusia. Además están los innumerables desplazados almacenados en campos de refugiados formales e informales, los grupos convertidos en minorías en países ricos que están almacenados en cárceles, y los hombres y mujeres en buena condición física desempleados y almacenados en guetos y barrios miserables. Algunas de esas expulsiones vienen ocurriendo desde hace mucho tiempo, pero no en la escala actual. Algunas son expulsiones de tipo nuevo, como las de los 9 millones de familias de Estados Unidos cuyas hipotecas fueron ejecutadas en una breve y brutal crisis de vivienda que duró apenas una década. En suma, el carácter, el contenido y el lugar de esas expulsiones varían enormemente, atravesando estratos sociales y condiciones físicas, y cubren el mundo entero.
La globalización del capital y el brusco ascenso de las capacidades técnicas han producido efectos de escala enormes. Los que en la década de 1980 podrían haber sido desplazamientos y pérdidas menores, como la desindustrialización en Occidente y en varios países africanos, para la de 1990 pasaron a ser desastres (piénsese en Detroit y Somalia). Pero entender esos efectos de escala como más de la misma desigualdad, pobreza y capacidad técnica es perder de vista la tendencia mayor. Lo mismo ocurre con el medio ambiente. Llevamos milenios utilizando la biósfera y produciendo daños localizados, pero solo en los últimos treinta años esos daños han crecido hasta llegar a ser un acontecimiento planetario que vuelve como un boomerang, a menudo para golpear lugares que no tuvieron nada que ver con la destrucción original, como los hielos eternos del Ártico. Y lo mismo pasa en otros dominios, cada uno con sus especificidades propias.
Las muchas expulsiones particulares que se examinan en este libro en conjunto equivalen a un proceso de selección salvaje. Tendemos a escribir acerca de las complejas capacidades organizacionales de nuestro siglo como algo que produce sociedades capaces de complejidades cada vez mayores, y concebimos eso como un proceso positivo. Pero con frecuencia solo es positivo en forma parcial, o por un período más o menos breve. Si ampliamos el abanico de situaciones y el marco temporal se hacen visibles límites bien marcados que ocultan lo que puede haber más allá. Eso plantea una pregunta: ¿es posible que gran parte de la sociedad contemporánea esté tendiendo a la condición de simplicidad brutal contra la cual advertía el gran historiador Jacob Burckhardt en el siglo XIX? Por lo que he podido observar, la complejidad no conduce inevitablemente a la brutalidad, pero puede hacerlo, y hoy a menudo lo hace. En realidad, con frecuencia lleva a la brutalidad simple, ni siquiera a una brutalidad grandiosa de un tipo que podría ser un equivalente, aunque fuese en negativo, de esa complejidad, como ocurre con la escala actual de nuestra destrucción ambiental.

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