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Michael Tomasello

Los orígenes de la comunicación humana


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I. Reflexiones sobre la infraestructura

"Eso que llamamos significado debe vincularse
con el primitivo lenguaje de los gestos."
L. Wittgenstein, Gran manuscrito [The big typescript]

Acerquémonos a cualquier animal del zoológico e intentemos comunicarle algo sencillo. Indiquémosle a un león, a un tigre o a un oso que gire su cuerpo "de esta manera", mostrándole lo que debe hacer con nuestros propios movimientos de la mano o del cuerpo y ofreciéndole alguna deliciosa recompensa como premio. O señalémosle dónde queremos que se pare o dónde está escondido un trozo de alimento. O bien informémosle que hay un temible predador oculto detrás de un matorral señalando su escondite e imitando las acciones del atacante. No entenderán. No se trata simplemente de que no estén interesados o motivados, tampoco de que no sean inteligentes a su modo, pero el hecho concreto es que no podemos, ni siquiera por medios no verbales, decirles nada a los animales y esperar que nos entiendan.
Desde luego, para los seres humanos los actos de señalar y hacer mímica son totalmente naturales y transparentes: basta con que la otra persona mire el lugar que estamos señalando y verá lo que queremos decirle. De hecho, incluso los infantes que no saben hablar todavía usan y comprenden el gesto de señalar. Además, en muchas situaciones sociales en las cuales no es posible utilizar el lenguaje hablado o no es práctico hacerlo -por ejemplo, a través de una sala colmada de gente o en una fábrica ruidosa- los seres humanos nos comunicamos con toda naturalidad señalando y haciendo mímica. Precisamente, los turistas se las arreglan así para entenderse con los lugareños cuando están inmersos en culturas que les son extrañas en las que nadie comparte su lengua convencional, y lo hacen recurriendo a esas formas de significación naturales de la comunicación gestual.
Mi tesis fundamental en estas conferencias es que, para comprender cómo se comunican los seres humanos usando un lenguaje e imaginar cómo pudo surgir esa competencia durante la evolución, debemos comprender antes que nada cómo nos comunicamos por medio de gestos naturales. En efecto, mi hipótesis evolutiva es que las primeras formas de comunicación específicamente humanas fueron el señalar y el hacer mímica. La infraestructura cognitivo-social y de móviles sociales que hizo posible esas nuevas formas de comunicación actuó luego como una suerte de plataforma psicológica sobre la cual se apoyaron los diversos sistemas de comunicación lingüística convencional (la totalidad de las 6.000 lenguas existentes). Así, el acto de señalar y la mímica fueron los puntos de inflexión decisivos en la evolución de la comunicación humana y ya entrañaban la mayor parte de las formas de cognición y motivación social exclusivas de nuestra especie que eran necesarias para la posterior creación de los lenguajes convencionales.
El problema consiste en que, comparados con los lenguajes humanos convencionales (incluidos los lenguajes de signos convencionalizados), los gestos naturales parecen dispositivos de comunicación muy endebles puesto que hay mucha menos información "en" el signo comunicativo mismo. Pensemos en el acto de señalar que, para mí, fue la forma primordial de comunicación específicamente humana. Supongamos, por ejemplo, que tú y yo estamos caminando hacia la biblioteca y que, de repente, yo te señalo unas bicicletas apoyadas contra la pared del edificio. Muy probablemente, me dirás: "¿qué pasa?" porque no tienes idea de qué aspecto de la situación estoy indicando ni por qué lo estoy haciendo, dado que, por sí mismo, el acto de señalar no significa nada. Sin embargo, si algunos días antes te peleaste con tu novio de manera especialmente desagradable y los dos conocemos ese hecho y, además, una de las bicicletas es la del susodicho -cosa que también reconocemos los dos-, entonces el mismo gesto de señalar, en la mismísima situación física puede querer decir algo muy complejo como, por ejemplo, "tu ex novio está en la biblioteca (de modo que mejor no entremos)". Por el contrario, si una de las bicicletas es la que te robaron no hace mucho y los dos conocemos ese hecho, el mismo gesto de señalar tendrá un significado totalmente diferente. También podría suceder que nos hayamos preguntado uno al otro si la biblioteca estaría abierta tan tarde, y entonces mi gesto de señalar la presencia de muchas bicicletas en el exterior indicaría que sí está abierta.
Es muy fácil decir que en estos distintos ejemplos lo que determina el significado es el "contexto", afirmación poco útil porque en nuestro caso todas las características físicas del contexto comunicativo inmediato eran idénticas en los diversos escenarios (así lo estipulamos). La única diferencia era la experiencia previa que compartíamos, que no constituía el contenido concreto de la comunicación sino su telón de fondo. La pregunta que debemos formular es la siguiente: ¿cómo es que algo tan simple como un dedo extendido puede comunicar cosas tan complejas y, además, hacerlo de manera tan distinta en ocasiones diferentes?
Cualquier respuesta que imaginemos debe tener en cuenta superlativamente las aptitudes cognitivas que se ponen de manifiesto en eso que a veces llamamos lectura de la mente o lectura de las intenciones. Pues para interpretar el gesto de señalar tenemos que estar en condiciones de decidir cuál es la intención de la otra persona cuando guía nuestra atención de esa manera. En los casos prototípicos, para decidir esta cuestión con algún grado de confianza, debe existir alguna clase de atención conjunta o experiencia compartida entre nosotros (las formas de vida de Wittgenstein [1953]; los formatos atencionales conjuntos de Bruner [1983]; el terreno conceptual común de Clark [1996]). Por ejemplo, en el caso anterior de las bicicletas, si yo fuera un amigo tuyo que no vive en la misma ciudad y no hubiera manera de que conociese la bicicleta de tu ex novio, tú no supondrías que te la estoy señalando por ese motivo. Esta última aseveración sería verdad incluso si yo, por obra de algún milagro, conociera su bicicleta pero tú no supieras que la conozco. En general, para que haya una comunicación fluida, no basta con que tú y yo conozcamos cada uno por separado la bicicleta en cuestión y lo sepamos para nuestro coleto (ni siquiera si supiéramos que el otro tiene ese conocimiento): más bien ese hecho debe ser un terreno común del cual tenemos conocimiento mutuo. Y en el caso de que exista ese terreno común y los dos sepamos que ésa es su bicicleta pero tú no sepas que yo sé que ustedes se han separado (aunque los dos lo sepamos individualmente), es probable que pensaras que te estoy señalando la bicicleta de tu novio para invitarte a entrar a la biblioteca en lugar de hacerlo para desanimarte. La capacidad de crear un terreno conceptual común -atención conjunta, experiencia compartida, conocimiento cultural común- es un factor crítico para toda comunicación humana, incluso para la comunicación lingüística con todas sus formas explícitas: es él, es ella, etcétera.
Desde una perspectiva evolutiva, el otro aspecto notable de este ejemplo cotidiano de señalamiento es su motivación prosocial. Te informo sobre la probable presencia de tu ex novio o sobre la aparición de tu bicicleta robada simplemente porque creo que querrás conocer esa información. La acción de comunicar información de esta manera servicial es algo extremadamente infrecuente en el reino animal, incluso entre nuestros parientes primates más cercanos (en el capítulo 2 hablaremos de algunos ejemplos como los gritos de advertencia y las exclamaciones relativas a la presencia de alimento). Así, cuando un pequeño chimpancé gimotea en busca de su madre, casi con seguridad todos los otros congéneres que están en la zona inmediata se enteran de la situación. No obstante, si alguna hembra cercana sabe dónde está la madre, no transmitirá esa información a la cría aun cuando sea perfectamente capaz de extender el brazo y hacer así una suerte de gesto de señalamiento. Y no lo hará porque entre sus móviles comunicativos no está el principio de prestar servicio a otros brindándoles información. En contraposición, los móviles comunicativos de los seres humanos son a tal extremo cooperativos que no sólo prestamos servicio a otros brindándoles información sino que una de nuestras principales maneras de solicitarles cosas a otros consiste simplemente en darles a conocer nuestros deseos, con la expectativa de que así ofrecerán ayuda voluntariamente. De modo que puedo pedir un vaso de agua limitándome a manifestar que lo quiero (dando a conocer mi deseo al otro), sabiendo que, en la mayoría de los casos, ese otro actuará de manera servicial (y el hecho de que los dos sepamos que es así) transforma el mero acto de informar en un auténtico pedido.
Por consiguiente, la comunicación humana es una empresa fundamentalmente cooperativa que funciona con naturalidad y fluidez en un contexto de: (1) un terreno conceptual común que cada una de las partes supone conocido por la otra y (2) móviles cooperativos de comunicación que cumplen la misma condición. Desde luego, la naturaleza intrínsecamente cooperativa de la comunicación humana fue la intuición fundamental de Grice (1957, 1975) y es algo que dan por sentado -en diversos grados y de distintas maneras- muchos otros científicos que se inscriben en la misma línea, como Clark (1992, 1996), Sperber y Wilson (1986), y Levinson (1995, 2006). Sin embargo, si pretendemos comprender los orígenes más remotos de la comunicación humana desde el punto de vista filo y ontogenético, tendremos que mirar más allá de la comunicación misma y estudiar la cooperación en general. Ocurre que la cooperación tal como se da en nuestra especie es, en muchos aspectos, única en el reino animal por su estructura y sus motivaciones.

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