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Hans Kelsen

¿Una nueva ciencia de la política?

Réplica a Eric Voegelin


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Una cruzada contra el positivismo

Es un hecho innegable que el avance extraordinario de la ciencia en la era moderna es, ante todo, el resultado de su emancipación de los lazos en los que la teología la mantuvo cautiva durante la Edad Media. Se denomina positivismo al principio de describir la realidad de modo fidedigno y de explicarla en forma estrictamente empírica, sin recurrir a la teología ni a ninguna otra especulación metafísica. Es otro hecho constatado que una ciencia social positivista no está en posición de justificar un orden social establecido como la realización de valores absolutos, pues puede evaluar una institución social sólo como un medio adecuado para lograr un fin presupuesto, pero inadecuado si se presupone otro fin. Es decir, puede evaluar una institución social sólo con carácter condicional o, lo que es lo mismo, puede atribuirle sólo un valor relativo, entendiendo por "valor" -positivo o negativo- la relación de un medio con un fin. Ésta es una relación de causa y efecto, y puede verificarse en forma científica sobre la base de la experiencia humana. En consecuencia, una ciencia social positivista no puede evaluar un fin que en sí mismo no constituya un medio para otro fin, sino que sea un fin último. No puede evaluar una institución social en forma incondicional o, lo que es lo mismo, no puede atribuirle un valor absoluto. Lo absoluto en general y los valores absolutos en particular pertenecen a una esfera trascendental que está más allá de la experiencia científica, pertenecen al campo de la teología y de otras especulaciones metafísicas. Es por eso que el positivismo científico está asociado al relativismo.
Cuando las guerras y los movimientos revolucionarios sacuden los cimientos del orden social establecido y se vuelve imperiosa la necesidad de una justificación absoluta y no meramente relativa de ese orden, la religión, y con la ella la teología y otras especulaciones metafísicas, se ubica al frente de la vida intelectual y se transforma en instrumento ideológico de la política. En vista de la gran importancia que reviste la ciencia en la sociedad moderna, aumenta la tendencia -siempre existente pero reprimida en períodos de equilibrio social- a emplear la ciencia social con el mismo propósito. Y esta tendencia se manifiesta como una oposición apasionada al positivismo relativista y como un intento de que la ciencia vuelva a estar dominada por la teología y otras especulaciones metafísicas.
Un síntoma característico y muy serio de esta tendencia es un libro de reciente publicación que ha sido ampliamente comentado: La nueva ciencia de la política, de Eric Voegelin. Esta obra encara nada más y nada menos que la completa restauración de la ciencia de la política, necesaria porque -según afirma el profesor Voegelin- esta ciencia ha sido destruida por el positivismo. Voegelin no subestima la inmensa envergadura de esta empresa. Según el,

Cuando la ciencia llega a un estado de destrucción tal como el que tenía hacia el 1900, la mera recuperación de la capacidad teórica resulta una tarea colosal, sin mencionar la cantidad de materiales que deben modificarse para reconstruir el orden de relevancia entre hechos y problemas.

En oposición al "positivismo destructivo" que eludió su tarea, la nueva ciencia de la política debe afirmarse, para "tener una comprensión teórica del origen y la validez del orden" -la idea de justicia-, sobre la base de la "especulación metafísica y la simbolización teológica", es decir, bajo la autoridad espiritual de Platón y de Tomás de Aquino, los principales pero no los únicos representantes de este tipo de pensamiento. Voegelin acusa al positivismo de haber destruido la ciencia, pero no ofrece ninguna definición medianamente clara de esa escuela de pensamiento contra la cual dirige su grave acusación. El término colectivo "positivismo", en general, y el término "ciencia social o ciencia política positivista", en particular, abarcan muchos tipos diversos de sistemas teóricos que sólo tienen en común un criterio negativo: la oposición a recurrir a la especulación metafísica (y ello incluye la especulación religioso-teológica). Voegelin parece ser consciente de esto, ya que menciona la "variedad de fenómenos positivistas" y considera inadecuado definir el positivismo "como la doctrina de tal o cual destacado pensador positivista". De allí que la tendencia decisiva en su lucha contra el positivismo no pueda ser otra que la reacción contra la actitud antimetafísica que prevalece en la filosofía y la ciencia sociales modernas. La emancipación de la ciencia de la política respecto de la metafísica y, en especial, de la teología, no se retrotrae tanto en el tiempo como la emancipación que logró la ciencia natural. Hasta fines del siglo XVIII, la teología mantuvo un estricto control sobre la ciencia de la política. La doctrina de que el Estado era una institución divina y el soberano una autoridad elegida por Dios gozaba de una aceptación casi general. Por lo tanto, no es exactamente una ciencia de la política "nueva" a la que apunta Voegelin, a pesar del título de su libro. Es una ciencia muy antigua, que se dejó de lado porque se demostró que era una seudociencia, el instrumento de poderes políticos definidos. Voegelin esgrime dos argumentos de carácter muy amplio contra el positivismo en su conjunto. Ambos pueden refutarse con facilidad. El primero es "la destrucción que produjo el positivismo", debido al supuesto de que el único método científico -que, en consecuencia, deben aplicar asimismo las ciencias sociales- es el método "matematizante" empleado con éxito por las ciencias naturales. Este argumento no puede ser más falaz. Existe una escuela de pensamiento de la ciencia social abiertamente positivista, es decir, antimetafísica y antiteológica, que de manera expresa y enfática distingue los problemas de las ciencias sociales a los que se les puede aplicar los métodos de la ciencia natural con ciertas modificaciones, de los problemas a los que se les debe aplicar un método completamente distinto. Dado que me considero un típico representante del positivismo, me remito a mi ensayo "Causality and imputation", en el que sintetizo los resultados de la doctrina metodológica que distingue las ciencias sociales que aplican -al igual que las naturales- el principio de causalidad, por ejemplo la la sociología, de las ciencias sociales que utilizan un principio totalmente diferente, el de la imputación, y que tratan sobre normas, como la ética y la jurisprudencia. Tales son las ciencias que Voegelin tiene en mente cuando acusa a la ciencia social positivista de tener efectos destructivos, las ciencias que tratan el problema del bien y del mal, de la justicia y de la injusticia. No caben dudas de que un erudito de tan extraordinario conocimiento literario no desconoce esta escuela de pensamiento dentro de la ciencia social positivista.

 

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